Feliz día Papá

Acaricio su mano una vez más. No sé cuantos sábados mas podré venir a verle

Hoy veo como su luz se apaga lentamente, sentado en su silla de ruedas solo me quedan estas tardes que paso junto a él recorriendo el paseo de la playa donde siempre me traía a pasar tardes incansables jugando y corriendo detrás y delante de mí.

Por aquí mismo él me enseño a montar en bici, quitándome los ruedines aunque yo le supliqué mil veces que no lo hiciera. Él lo hizo, pero jamás me dejó caer. Su energía llenaba mi mundo de una seguridad que solo es comparable a la de un superhéroe, mi superhéroe, mi padre.

Aparco su silla de ruedas junto a un banco, el mismo que llevamos visitando ya demasiado tiempo. Y aunque él no puede ya hablar, yo sé muy bien lo que siente, sus ojos me lo dicen. Los abre de par en par, veo como su piel se eriza y la brisa del mar mueve su escaso pelo.

Aquí sentados le hablo de mis logros, y de mis caídas. Le cuento lo bien que me va con Raúl y lo grandes que están sus nietos. Él me acaricia la mano y me mira de una manera tan dulce que pararía el mundo en ese instante.

Necesito decirle lo mucho que lo amo, así que no dejaré que pase ni un día mas, tal vez mañana sea demasiado tarde.

Papá, no puedes imaginarte lo mucho que te quiero, los maravillosos momentos, por pequeños e insignificantes que para otros parezcan, que llevo guardados en mi corazón con muchísimo cariño.

Recuerdo cuando me sentaba en el aseo a mirarte embobada como te afeitabas. Con que cuidado deslizabas la espuma de afeitar por tu cara, y me hacías reír imitando al hombre de las nieves.

Las tardes de verano que me enseñabas a quitar las malas hierbas del campo y a plantar cipreses, mostrándome el mundo como lo que es, un lugar que respetar y cuidar.

Y esa peculiar manera que tenias de hacer que me partiera de risa, colocándome boca abajo cogiéndome de los tobillos para que se me cayera, según tú, las monedas que llevaba en los bolsillos.

Contigo aprendí a jugar a las canicas, a la peonza y a indios y vaqueros.

Desde mi escasa estatura siempre te vi robusto, apuesto, de manos grandes. Tu cabello era espeso y negro como el carbón, y tu voz…

Eso es lo que más recuerdo, sobre todo ahora que ya no puedo oírla, parece que a veces aun me susurras al oído lo mucho que me quieres.

Por eso papá no sé como agradecerte tanto. Es una lástima que la vida pase tan rápido sin poder hacer nada, solo mantener los recuerdos.

Espero haber sido una buena hija, y que te sientas orgulloso de mi. Quiero que recuerdes estos atardeceres sentados frente al mar, nuestro tan querido mar que nos ha visto compartir tantos buenos momentos.

Hoy para mucha gente es un día especial. Hoy es el día del padre, y como no, yo te traigo el mejor de los regalos que se me ha ocurrido hacerte.

Te traigo mis besos y abrazos, te los daré tan fuertes que traspasaran la piel para que lleguen bien dentro de tu ser y te acompañen para siempre.

Así que me arrollido frente a él, y nos fundimos en un gran abrazo. Siento sus lagrimas deslizarse por mi mejilla y rompo a llorar como cuando era una niña.

Aun no estoy preparada para la inevitable despedida, así que le ruego a Dios que me deje celebrar otros muchos más días como éste a su lado.

Ya vamos de vuelta. Empieza a atardecer y está refrescando. Sujeto su silla de ruedas con fuerza y comienzo a empujarla bastante rápido.

¡Papá vamos!, ¡abre los brazos!, ¿lo recuerdas?, le grito llena de nostalgia. ¡siéntelo papá! , ¡somos libres, somos pájaros que vuelan alto!.

Y empujo con más fuerza y veo como sus brazos se alzan y se balancea de un lado a otro como si quisiera alzar el vuelo, y sonríe tanto que hasta me parece oír una carcajada.

Estas pequeñas cosas son las que de verdad merecen la pena…

¡Feliz día del padre, papá!

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